sábado, agosto 05, 2006

Ha nacido en mí

¿Por qué una mirada me estremece? ¿Por qué un susurro me derrite? Es más... ¿Por qué ese susurro? ¿Por qué esos ojos? ¿Por qué esos labios gritan mi nombre cuando mi corazón quiere recubrirse de hielo?

Hay momentos en los que una persona siente que está bien, momentos en los que en apariencia todo es como uno podía esperar que fuera. Momentos en que el alcohol ahoga tus miedos, en que uno cree tenerlo todo, en que se engaña sin ser consciente de lo que bulle en su interior.

Pero a veces esos momentos, esos espejismos, son masacrados por la oscuridad de la noche, por la intimidad de tus pensamientos, por la soledad de tu mente. Son momentos en los que te sorprendes buscando unos labios que no encuentras junto a tu almohada, momentos en que una canción te inunda de lágrimas, en que los recuerdos te persiguen y pierdes la mirada en pensamientos melancólicos que al final no llevan a nada.

Momentos en los que descubres a quién amaste, a quién odias, y a quién añoras. Momentos en que desearías que esa persona borrara tus lágrimas con un beso; en que tiemblas al recordar su olor, en que te derrumbas indefenso ante un sentimiento que te invade.

En esos momentos, algo surge de tu interior y te hace estremecer. A veces es una imagen, el recuerdo de alguien que te llegó muy adentro; la añoranza de alguien que se ha marchado, que está a punto de marchar.

Otras veces es algo más abstracto: quizá el miedo a perder algo que aunque no te des cuenta, aunque te engañes a ti mismo, sabes que no puedes evitar estar anclado a ello. Quizá el miedo sea aun más peligroso, pues lo que temes, lo que te hace detener tus actos y replantear tus sentimientos, es el miedo a sentir algo que sabes no deberías sentir.

Quizá, en ocasiones, aquello que nos estremece no es más que una mirada. La fuerza de unos ojos que a la mayoría pasa inadvertidos; los mismos que, quizá para esa inquieta locura interior que todos tenemos dentro sea algo más que unos ojos; los mismos que, quizá para ti, sean algo más que una mirada, más que una expresión.


Quizá, para ti, sea una guía, un eslabón al que aferrar tu amor, un precipicio al que no temer asomarse, un fuego con el que no temer quemarse. Un lugar, quizá, en el que tus temores y prejuicios, tus pasiones y deseos, tus sentimientos y emociones puedan ser rescatados.

Quizá, para ti, esos ojos sean un deseo, algo que hace tambalear tu cuerpo, que seca tu boca y acelera peligrosamente tu corazón; la luz que necesitabas para salir de la melancolía que se aferraba a tu pasado. Una mirada, quizá, sea capaz de llevarte a mundos que nunca habías pensado que podrías alcanzar.

A veces, cuando menos te lo esperas, una mirada te atrapa y vapulea la mente hasta hacerte caer rendido a ella. Te hace admirarla, quizá, incluso, amarla. El poder de una mirada puede hacer titubear toda esa seguridad, toda esa aparente estabilidad de alguien que se creía frío, estable.

A veces hasta el más sensible, hasta el más romántico, se oculta bajo un manto de frialdad por miedo a sentirse herido de nuevo, por miedo a entregar su corazón a falsas verdades. Quizá la punzada de la mentira haya mellado la fuerza del que una vez fue indestructible corazón.

En otras ocasiones, eso que nos estremece es una sonrisa, una palabra, una caricia, un beso... Todas nos provocan sensaciones, torrentes de sentimientos que a veces no podemos dominar. Un beso, una caricia, dados en el momento apropiado pueden salvar una vida, pueden hundir otra, y sin embargo, la mayoría de las personas habrán pasado por alto sus devastadores efectos. Porque tú, sólo tú, fuiste culpable de la vida o muerte de un sentimiento que ya nunca olvidarás.

Pero esa es la magia de los sentimientos; es la magia que se esconde en los besos, que espera en las caricias. Es la magia de darlo todo por tu sueño, de nadar contracorriente, de luchar contra molinos y gigantes.

No importan cuan altos sean esos gigantes, cuan fuertes y resistentes parezcan los molinos, porque los sentimientos no se detienen ante las dificultades. Avanzarán, a rastras, desgarrando su pasión, desangrando su amor por encontrar por fin lo que anhelan. Pero a veces, cegados por la ilusión de la felicidad, los sentimientos, concienzudos y luchadores, morirán en la arena tras la dura batalla.

No importa el duro empeño que hayas demostrado para crear un muro ante los demás; porque hay miradas que pueden atravesarlo, caricias que pueden derruirlo y besos que pueden terminar reventándolo en mil pedazos.

Pedazos que a veces se mezclan con los restos de un corazón maldito; pedazos que nacieron entre dos manos encontradas; que arden en labios cruzados y que morirán con un corazón desangrado de dolor.

Entonces ¿Por qué estremecerme con esa mirada? ¿Por qué derretirme con ese susurro? ¿Por qué esos labios solo gritan mi nombre? Preguntas inútiles, al fin, pues haga lo que haga, la magia de los sentimientos ya ha nacido en mí.

Porque yo, solo yo, soy culpable de su nacimiento; y yo, solo yo, sufriré su muerte en silencio.