jueves, abril 28, 2005

Coqueteando con la tentación (1)

A ti, por ser mi inspiración,
mi musa, mi tentación…


Ésta es una historia de amor, deseos, celos y sufrimiento. Una historia de sentimientos enfrentados; una historia de ocultas pasiones; una historia en torno a un único deseo: la tentación



Comienzan las clases en los institutos en torno al año 2000. La tentación entra en la clase. Quizá para muchos pase inadvertida, pero no para todos. Existía en aquella época un ente casi indescriptible: efervescentes hormonas, raciocinio bien implantado, cierto grado de locura a punto de explotar, necesidades insatisfechas… Todas y cada una de éstas características formaban un ente completo. El único que parecía percibir algo por aquellas pequeñas, pero tentadoras curvas que exhibía la tentación.

El tiempo pasó. La tentación, con curvas cada día mejor proporcionadas y tras una larga temporada de juegos y coqueteos varios, inició una extraña, secreta, y aparentemente inestable relación con la razón. Eran viejos conocidos, pero la chispa surgió entonces. La tentación, que aparentaba un espíritu salvaje, juguetón e indomable, cayó en brazos de la entrañable y cariñosa razón. Fue el inicio de esta historia; de esta extraña historia.

Mientras tanto, la tentación fraguó una sólida amistad con aquel heterogéneo conjunto de sentimientos; con ese ente de necesidades y pensamientos que comentaba hace unas líneas. La tentación no era consciente de lo que hacía sentir a aquella “locura racionalizada” en la que se estaba convirtiendo ese conjunto.

Pero eran tiempos complicados para los sentimientos. Las idas y venidas eran continuas. La tentación había quedado prendada de la razón, puesto que ésta le ofrecía un apoyo, una estabilidad, que nunca antes había sentido. El amor entre ambos era mutuo. A pesar de todo, pronto empezaron los problemas: citas a escondidas, cómplices miradas, tensión ante las primeras sospechas y toda una serie de características que hacían de la relación algo extraño y frustrante para la tentación. Pues era la razón la que imprimía el ritmo a la relación; un ritmo lento y monótono, pero estable y romántico a la vez. La relación avanzaba imparable, pero terminó por asentarse en la rutina. Y durante un tiempo les fue bien…

La razón, consciente siempre de sus actos, empezó a confiarse. Creía haber domado lo indomable. Y en parte, lo había conseguido. La razón sabía que la tentación era suya. Y de nadie más. Por ello, se erigió como líder de la relación hasta que, absorto en su plenitud, la razón perdió el rumbo. Pero nada era capaz de tambalear los fuertes cimientos que la razón había forjado en la tentación. Y durante un tiempo les fue bien…

Por su parte, la “locura racional” inició su propia relación con el “amor exacerbado”; el amor llevado al límite, casi al fanatismo. En contra de todos, aquella relación prosperó. Forjaron una dependencia personal el uno del otro inquebrantable; casi dependían más entre sí que de la familia. Y durante un tiempo les fue bien…

Las dos relaciones prosperaron, y aguantaron aproximadamente el mismo periodo de tiempo, aunque no siempre fueron paralelas. Podría decirse que la tentación y la locura racional modificaron su verdadera esencia para satisfacer a sus respectivas parejas. Y por un tiempo, aquello les fue bien.

Pero si avanzamos hasta el año 2004, asistimos al final de la relación que la “locura racional” mantenía con ese “amor exacerbado”. Acabaron mal, muy mal, después de mucho sufrimiento, suplantado con mucho cariño, y poco, demasiado poco roce…

Y es que aunque sean muchos los que insisten en que el sexo no es lo más importante en una relación, la experiencia sentencia lo contrario. Por mucho que la “locura racional” respetara a su pareja, existían necesidades. Y si éstas no son satisfechas empieza a crearse un clima de tensión en el cuerpo bastante peligroso. Cuando se ama ciegamente, quizá pueda suplantarse el sexo con besos y abrazos, pero solo durante un tiempo.

Y la locura racional necesitaba más, mucho más del cuerpo que tenía entre las manos, y que no podía gozar. Se encontraba en una especie de prisión, de droga: Cada vez que la probaba necesitaba más para saciarse, pero se encontraba con las puertas de acceso al paraíso cerradas bajo llave.

Las mismas necesidades que martirizaban a la locura racional durante meses, incluso años, torturaban la mente de la tentación. Se supone que ella era tentadora, que la razón debería sucumbir ante ella. Se suponía que la razón debería caer en la tentación. Pero eso nunca ocurrió. Los problemas se acumulaban en la relación. Las grietas brotaban en la base desde hacía tiempo, pero siempre habían sido reparadas. Bueno, en realidad, los problemas persistían, pero eran enterrados y “olvidados”.

Hasta que llegó el día en que la tentación reventó. Las cosas dejaron de ir bien. A partir del verano del 2004 los acontecimientos se precipitan.

En primer lugar, la tentación empieza cansarse de la insípida y fría relación que mantiene con la razón. Ésta, cada segundo está más convencida de que la tentación es solo suya; cree también que siempre va a estar ahí para satisfacer sus necesidades. Si la razón quería algo, la tentación lo hacía en una innegable demostración de amor ciego. Pero eso está empezando a cambiar. La tentación no iba a aguantar mucho más. La tentación necesita vida, necesita dejarse llevar por los placeres, la locura… pero cuatro años de razón han mellado sus antes ilimitados instintos.

Y fue en ese momento, en ese preciso instante, resquebrajados ya los cimientos de la relación entre razón y tentación, cuando la demencia se cruzó en su camino como una enorme bola de demolición.

La demencia sabía dónde atacar para hacer daño. Sabía que la resistencia no iba a ser fuerte. Y en un supuesto arrebato de amor, aunque más bien preso del morbo y la lujuria, la demencia comenzó a lanzarse contra los cimientos de la ya inestable relación.

Continuará...