martes, agosto 01, 2006

Carta Extraviada

Mi Condesa:

Escribo estas líneas encerrado en mis aposentos, algo frustrado y ansioso; no veo el momento de que esto termine y por fin seamos libres por completo. Son muchos los que parecen no sufrir el menor atisbo de miedo ante mí, ante nosotros. ¿Qué hacer, mi señora? ¿Qué más hacer en este mundo para ser de nuevo respetados? Los humanos nos ridiculizan, nos utilizan como simples comparsas de su triste teatro de felicidad. No creen en nuestra existencia, no creen en nuestro poder. Tan solo en el suyo.

Y no lo entiendo. Después de lo que usted hizo conmigo…

Anhelo el sabor de su sangre, mi señora. Recuerdo el filo dulce de sus colmillos perforando mi cuello. Sus dientes clavados en mí con fuerza animal, desangrando mi cuerpo entre mortíferos espasmos. Recuerdo que la sangre caía por el cuello, y que su lengua no quiso desaprovechar tan dulce manjar. Recuerdo su mirada de ansiedad, sus ojos profundos que me miraban con obscena locura.

Con los colmillos y los labios ensangrentados me besó. Y sin saber cómo ni por qué estaba yo haciendo aquello, la aparté de mi boca y mordí su cuello. Chupé con una fuerza animal como jamás había creído alcanzar, derramando entre mis dientes su sangre que me daba vida.

Aquel día hizo de mi una máquina, una bestia de poder, dominio y atracción. Yo siempre había deseado algo así. ¿Por qué entonces? ¿Por qué esa falta de fe en nosotros?

¿Acaso los humanos no se dan cuenta de que bajo su capa de superficial seguridad se esconde uno de nosotros? ¿Acaso están seguros en su mundo? ¿Por qué creen tener el poder de controlarnos?

Nosotros dominamos las fuerzas de la naturaleza, gustamos de tempestades y tormentas, nos movemos entre las bestias de este mundo, nos guiamos por las mismas oscuras y perversas pasiones día tras día. Las mismas que día tras día alimentan el fuero interno de los humanos; las mismas que día tras día reprimen en pro de la ética y la moral.

Noche tras noche, nosotros, los vampiros, convertimos a los humanos en armas más poderosas; en imparables máquinas depredadoras, en bestias lascivas de irrefrenable capacidad de seducción. Todos ellos lo desean; todos y cada uno de los insignificantes humanos anhelan nuestro poder de matar, la satisfacción de la dominación. Todos. Todos esos despreciables mentirosos que dicen poseer moral, guiarse por la ética o por sus creencias religiosas, no son más que mojigatos reprimidos que no pueden satisfacer sus verdaderos deseos.

Oscuros, tétricos, perversos y retorcidamente humanos. Malvados, lascivos y crueles. Cada hombre, mujer y niño de este planeta mataría por alcanzar nuestro impune poder. En ese mundo cruel en el que viven, atestado de bárbaras batallas, manipuladores gobiernos oprimiendo en defensa de una libertad limitada, indefensos ante la fuerza de la todopoderosa naturaleza… han creído poseer el control absoluto sobre la faz de la tierra. Ese poder, por el que se enfrentan, miserables, entre ellos, puede ser arrebatado por una raza superior: la nuestra.

Sus oscuros y reprimidos pensamientos nos preparan el camino a la victoria y la supremacía sobre la tierra. Los humanos, en su insaciable espíritu científico, continúan aumentando su capacidad destructiva.

Una inteligencia tan cegada por sus ansias de poder y una población tan absorta en las manipulaciones de sus líderes, no tardará en llevarse a sí misma a la autodestrucción.

Cuando eso ocurra, el mundo será un caos de sombras y tinieblas en el que dominaremos con hegemónica crueldad. Extenderemos nuestras garras y saciaremos nuestros instintos con las más bellas y hermosas mujeres.

Devoraremos los jugosos cuerpos de los hombres, chupando con ansia rebelde sus cuellos y lamiendo cada gota de su cálida sangre hasta despertar nuestros instintos sexuales. Nos embriagaremos con el sabor de las mujeres, chupando sus vírgenes cuerpos con el más dulce salvajismo. La sangre vil y adictiva de los hombres correrá por nuestro interior impregnándonos de su hedor y arrogancia.

Sí, mi señora, liberaremos todas sus pasiones reprimidas para otorgarles la impunidad de nuestro poder. No habrán existido tiempos mejores para nuestra raza; tiempos en los que los hombres nos temerán, en que sus mujeres llorarán aterradas por nuestra presencia; tiempos en que la sola pronunciación de la palabra “vampiro” hiele la sangre de cada mísera criatura que pueble este condenado planeta.

Los hombres se hieren entre ellos: se desprecian, engañan, manipulan y masacran. No veo el momento en que su avaricia y egoísmo les derroque como “raza superior” y deje paso al Imperio: construido lentamente desde las entrañas del propio sistema humano, filtrándonos por las cada vez más gruesas grietas de una sociedad desgastada por el peso del poder.

Se que existe ese Imperio, que espera el fin de la poca decencia humana de este planeta para atacar esos cimientos a punto de desplomarse. No he visto líderes de ese imperio, no se en que momento se forjó ni cómo se organiza, pero cada día lo noto más cercano, más presente.

Por fin seremos respetados, por fin seremos verdaderamente superiores. Lo que me hace temer es que el nacimiento del Imperio no depende sólo de nuestra superioridad física, sino que, lastrados por la inferioridad numérica, dependamos de su debacle para alzarnos sobre ellos.

Sin embargo, cada día que leo los periódicos, que veo sus noticiarios, que huelo su repugnancia desde mi ventana, es más palpable la inconsciente muerte de esta raza marchita.

¿Qué será de nosotros ahora? En estos tiempos en los que el hombre se dirige a su propio fin, al término de su ignorante felicidad, al caos absoluto que reinará como en los tiempos más oscuros de su historia... ¿Qué será de una raza que parece haber sido olvidada y ridiculizada? ¿Qué será de todos nosotros? De Nuestro latente imperio, nuestros poderes, nuestras armas... Qué será de nuestra existencia si no tenemos la oportunidad de resurgir en el caos...

Vos, mi señora, debéis conocer nuestro destino; ¿Es acaso nuestro sino caer con el desplome de la civilización humana? O, ¿quizá, por el contrario, sea ese el inicio de una nueva época de hegemonía vampírica? Hasta que el futuro llegue, hasta que sus palabras lleguen a mi, descansaré en mi ataúd a la espera de la autodestrucción humana, para dar comienzo al reinado de las sombras...


Wilhel Murnaut
Zugspitze, Alemania.
28 de Diciembre del 2005.