jueves, agosto 18, 2005

KRAKATOA III



III

-Buenos días- Escuché retumbando en mi abotargada cabeza. En la oscuridad volví a escuchar aquella sensual y joven voz que recordaba del “Krakatoa”. - Vamos cariño, abre los ojos, hace un día precioso.

Poco a poco abrí los ojos mientras se acostumbraban a la luz y se formaba ante mí una forma morrón verdosa que terminaron siendo los arrebatadores ojos de la stripper:

Buenos días Valentine- Dije yo con voz cortada y rasgada por la resaca.

Mi nombre real es Sara, -respondió ella- Te lo dije anoche mientras lo hacíamos.


-¿Qué? – Respondí sorprendido.
-¡Vamos cariño! ¡Ha sido increíble! Jamás me habían hecho sentir así… ¿Tanto Tequila tomaste que no eres capaz de recordarlo?
-Pues… - Sus palabras masacraban mis neuronas, algunas de las cuales aun vomitaban la resaca del alcohol…- Si, claro que sí, estaba bromeando.
-Genial. -Contestó ella- Creí que me habías olvidado… Igual que hiciste con mi hermana mayor.

Abrí mis ojos de par en par. Tenía esos ojazos marrones clavados en mí. ¡Coño! Ahora entendía ese sentimiento al verme en el “Krakatoa”, esa familiaridad durante toda la noche: era la hermana de Sandra. Intenté levantarme pero Sara me había atado a la cama.

La miré a los ojos sin saber que hacer, asustado e indefenso. Estaba a merced de una desconocida a cuya hermana había asesinado la noche anterior.

-¿Sorprendido?- Dijo ella sonriendo y ahorcándome con la mirada. – Vas a pagar por lo que le hiciste a mi hermana, capullo engreído. Vas a reunirte con ella, en el fondo del río, y ojalá que tú te pudras antes.

-¿Pero como diablos sabes que he sido yo? No tienes pruebas, nadie me vio… -Pregunté colapsado por la situación.

-¿A no? - Su mirada era más aterradora a cada palabra: adiós a la inocencia, a la sensualidad y la virginidad. Ahora solo había rabia, dolor y una incontenible sed de venganza. Tal vez fueran los efectos de la resaca, pero durante algunos segundos creí ver autenticas llamaradas en sus ojos.

-¿Estás seguro de que nadie te vio? Porque creo que alguien te deslumbró en el río con su deportivo...

Había sido ella, pero no pudo ver el cadáver, ¡estaba envuelto! ¿Cómo había podido saberlo entonces? Fue un puñetero segundo, y ya había lanzado el cuerpo. Poco a poco aquello se volvía más complicado y extraño.

-Te preguntarás como pude averiguarlo, ¿verdad? –Prosiguió Sara- Anoche, poco después de hacerlo y de que te durmieras como un bebé, intenté hablar con mi hermana por teléfono. Hablamos a todas horas y tenía que saber qué había pasado con el capullo de su novio, porque la última vez que había hablado con ella, me tuvo que colgar porque le había dicho que no quería seguir viéndola.

Vaya… Después de todo, el desconocido amante de Sandra no era nadie más que su hermana.

- Cuando me dio la primera señal el móvil, empecé a escuchar la musiquilla que mi hermana tenía como tono. El sonido venía del bolsillo de tu gabardina, en el que Sandra había guardado su móvil.

-¿Pero…?– No podía creerlo. -¿Cuándo metió su móvil en mi bolsillo? -Y entonces recordé que le había dado la espalda mientras ella colgaba el teléfono, tiempo suficiente para dejar caer el móvil en el bolsillo de mi gabardina que dejé a los pies de la cama. Había cavado mi propia tumba y no tardaría en pudrirme en ella.

- Tu mataste a mi hermana - Dijo ella sacando una navaja idéntica a la utilizada por su hermana- Así que ya sabes lo que viene ahora... -Dirigió la cuchilla a mi cuello. Se acercó a mis labios y me besó. Justo cuando noté su lengua entrar en mi boca, noté el filo de la navaja rasgando mi cuello.

Sorprendido ante aquella demostración de morbosidad, noté como la sangre fluía por mi cuello empapando mi pecho con litros de mi vida. Sara se incorporó, sonrió y me sacó la lengua como durante su baile en el local, con la misma juguetona mirada que me lanzó tras empaparse de agua en el escenario. Mientras tanto, mis ojos comenzaban a cerrarse y mi vida se apagaba.

Y esta es mi historia. Aquí me tenéis: a punto de morir desangrado horas después de asesinar a mi novia. Si he de ser sincero, la muerte no me asusta, lo que me aterra es no volver a sentir la euforia del alcohol, el sabor de una mujer ni el inconfundible olor a tierra mojada tras las lluvias de la ciudad. No volveré al “Krakatoa”, no volveré a ver un cuerpo desnudo ni a sentir un beso de falso amor. No volveré a vivir, no volveré a respirar, y todo, porque mi novia no me satisfacía.

Bonito día para morir es el Catorce de Febrero.