martes, mayo 03, 2005

Coqueteando con la tentación (3)


Alguien dijo una vez: “La única forma de librarse de la tentación es caer en ella”. Para alguien como la locura racional, con ese espíritu loco incandescente en su corazón, la veracidad de esa frase es casi absoluta. Para alguien tan débil ante la carne; para alguien que coquetea con el riesgo, el morbo y el pecado; para un espíritu que ansía salirse del camino, romper las reglas, dejarse caer en los placeres más indecentes. Para alguien, en definitiva, instintivo, pasional, casi irracional, la mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella, aunque ello suponga riesgos. Es más, el riesgo aumenta el morbo y la excitación.

Para alguien así, es extremadamente complicado no caer en al tentación. Y más, si uno puede perderse en las morenas curvas de su piel; más aún si uno puedo derretirse ante el calor de su mirada, ante la lujuria que reside en sus ojos.

Sus ojos… Cuánta pasión y sufrimiento esconden en su interior. ¿Cómo es posible que albergue tanta fuerza en una sola mirada? Tanto amor, tanto cariño en sus caricias. Probarla es la perdición. No puedes probarla y permanecer impasible. Atrapa tu mente, tu corazón, y los zarandea como si de una coctelera se tratara hasta hacerte perder el control. Sus besos son suaves, apasionados, románticos, salvajes, y hasta adictivos.



Ni volcanes ni tempestades, no hay nada más brutalmente desestabilizador que su mirada. Si a ésta le sumamos una sensual sonrisa, obtenemos la encarnación del más tórrido de los pecados capitales: la lujuria. He aquí la sexual tentación de un cuerpo proporcionado; el ardiente deseo de fundirse en su interior; la representación carnal del más dulce de los sueños.

Pero yo, “locura racional”, he probado al fin la tentación.

Una vez fue ella la que me dijo que si llegara a probarla, repetiría. No se muy bien si bromeaba o hablaba en serio, lo cierto es que ahora que la he probado, quiero repetir. Necesito recuperar el sabor de sus labios. Pero no es tan fácil. La tentación juguetea de un lado a otro, sin saber muy bien qué es lo que necesita.

Tantas cosas han pasado; tan hondo ha llegado a caer su ánimo, que ahora la juguetona tentación es vencida por el Miedo: el miedo a volver a caer; el miedo a volver a llorar; el miedo a estancarse en el fango en el que cayó. Aún encuentra retazos del pasado adheridos a su corazón; aún intenta deshacerse del barro que se adhiere a su cuerpo y del que no consigue deshacerse. Demasiado sufrió la tentación con la razón; demasiado frescos permanecen aun los devaneos con la demencia en su mente.

Quizá por ello ahora titubea indecisa frente al vacío de la vida, como quien teme lanzarse antes de hacer “puenting”. Y por ello no alcanza a fundirse del todo con la locura en estado puro. Casi el desenfreno y la demencia se hacen con ella. Pero, quizá no estén hechas tentación y demencia la una para la otra.

¿Qué hacer entonces? Por un lado su pasado con la razón, por otro el juego de la demencia. Y entre medias yo. Ideal de la locura racional; ángel que perdió sus alas cuando probó el sabor de la tentación, cuando se dejó vencer por la encarnación de la lujuria. Su tacto, su olor, todo en ella es embriagador. Ansío sus caricias, sus besos, su cuerpo. Me consumo en las llamas del infierno de pasión que emana de su mirada.

Quiero sentir de nuevo el roce de su lengua caliente contra la mía. Quiero volver a sentir sus labios mezclarse con los míos. Quiero sentir su cuerpo sobre el mío. Quiero sentirla, aunque sea de nuevo en la oscuridad, aunque sea de nuevo en secreto.

Creo que sus labios desean los míos casi tanto como yo los suyos. Siendo así, os preguntareis por qué no nos unimos antes, y os responderé… Nuestros labios vacilantes se unieron al fin, pero no sin temor. Temor a perder la fuerte amistad que nos unía; temor ante las repercusiones que la relación pudiera causar en nuestro entorno. Temor, al fin, a perdernos el uno al otro.

Ahora la tentación vaga sin rumbo. Yo, personificación de la locura racional, hastiado de que el temple de la razón, y la impredecible demencia me arrebataran mis más tórridos sueños, he decidido actuar. Nada me ata ahora: coqueteo con la tentación en cada oportunidad; deslizo mis labios sobre los suyos en la intimidad; acaricio sus manos cuando el tumulto nos oculta; le susurro al oído lo que su cuerpo empapado bajo la lluvia me hace sentir…

No se muy bien qué opina ella de esto. No se si quiero saberlo. Tengo miedo a muchas cosas en la vida, pero lo que más temo es dejarla escapar, y no volver a sentir jamás lo que siento estando a su lado. Yo le puedo proporcionar ese estado de locura que ella necesita, pero con los límites que la razón marcaba. No se qué espacio ocuparé en su vida. En ese libro de la vida con miles de páginas que rellenar. En ese libro dividido en capítulos que no saben cuando terminar.

Uno de ellos, el de la razón, pareció cerrarse con un punto final, que el tiempo ha convertido en una sucesión de puntos suspensivos; otro nuevo capítulo plagado de desproporcionadas juergas se abrió con la demencia, para finalizar con un punto, que no sabe muy bien si será final, o será seguido. Y ahora, ante un mar de páginas en blanco, se entreabre la puerta de un nuevo capitulo. El mío.

Quizá la tentación perdone el sufrimiento y las perdidas de tiempo que la razón le ha proporcionado. Quizá no quiera abrir los oídos, para que no se cuelen los susurros que le dicen que la demencia, empapada cada sábado en alcohol, juega con ella para su deleite personal. Quizá, tampoco sea capaz de continuar un capítulo que se inició con un beso en la madrugada de jueves Santo, continuó con un largo masaje de domingo, y que poco a poco, fue creciendo en intensidad, hasta que algo de sidra y una noche de jueves, hicieron que yo dejara de coquetear con la tentación, para zambullirme en el sabor de sus labios, ante las celosas sospechas de la demencia y la razón.

Quizá, solo quizá…

Y nadie en este momento podría deducir cuál será el nuevo capitulo que la pluma del tiempo escribirá con pulso inestable. Quizá escriba tórridas palabras bajo los brazos de la demencia; quizá guíe sus trazos con la suavidad de la razón; o incluso, quizá, sus palabras se escriban con la suavidad del fuego de ese punto intermedio que es la locura racional.




¿CONTINUARÁ?