jueves, abril 28, 2005

Coqueteando con la tentación (2)

La demencia había decidido lanzarse hacia la tentación. Las sacudidas fomentaron el caos en su cabeza. Se tambaleaba perdida en el limbo de las relaciones: la demencia le ofrecía todo lo que ella necesitaba ahora, lo que le pedía el cuerpo, pero su corazón pertenecía a la razón. Por su parte, la razón parecía no darse cuenta de lo que ocurría. Quizá confiaba demasiado en sus capacidades para saciar la sed de la tentación.
Llegó un momento en que la tensión fue insoportable: la demencia declaraba sentirse profundamente enamorada de la tentación; ésta ansiaba libertad, placer, locura… Y la demencia se lo ofrecía en bandeja como un suculento manjar difícil de rechazar.
La tentación fue en ese momento presa de su propia trampa. La tentación era tentada por la demencia, y ésta había ya sucumbido a los encantos de la primera. Sus encuentros aumentaron, aunque nunca habían sucumbido plenamente a sus instintos, respetando la casi desaparecida relación que aun mantenían tentación y razón.
Los rumores sobre la nueva relación llegaron a oídos de la razón. Y comenzó el descenso. Miradas de odio, comentarios a traición, indirectas demasiado directas. Todo era poco en aquella batalla. Los celos y la tensión viciaban el aire del lugar en el que se encontraran. Y finalmente, cuando la tentación estaba a punto de abandonar, la razón, consciente ya de lo que estaba ocurriendo y destrozada ante la caída que había sufrido al percatarse de la realidad, decidió acabar con la relación.
Jamás sintió la tentación tanto odio, tanta rabia en la mirada de su ex compañero; las palabras que antes abrían su corazón, se le clavaban ahora abriendo múltiples heridas por todo su cuerpo. La tentación, desangrando su amor a través de las desgarradas llagas producidas por las palabras de la razón, aguantaba las lágrimas mientras se sentía morir por dentro.
No hay palabras para describir el sentimiento de la tentación. Era extraño. Era ella la que quería dejarlo hacía tan solo unas horas, y ahora sus fuerzas flaqueaban, se vencía sobre su propio peso desbordada por un llanto difícil de consolar. Y fue la locura racional la que sostuvo a la tentación. Aguantó su llanto durante horas hasta que consiguió que se tranquilizara; y estuvo con ella en cada segundo que podía ofrecerle.
Tras una larga semana, y cuando parecía que la tentación comenzaba a recobrar la sonrisa, cuando parecía que podía empezar a superar la ruptura, llegó lo peor. El mazazo final
La razón, que había soportado la ruptura casi en soledad, se vio colapsada por algo que supera a todo lo anterior: la muerte de un ser demasiado cercano.
No quiero profundizar en esta etapa, puesto que no resultaría ético explayarme en el dolor de una muerte. Solo es necesario citar estos acontecimientos por la repercusión física, anímica y emocional que sufrieron tanto la razón, como la tentación. Incluso la locura racional derramó varias lágrimas en esa época.
La historia continua con la tentación al borde de la depresión y la razón recluida en su familia. La locura racional les apoyaba a ambos, pero notaba en su interior que algo crecía
No sabía muy bien de que se trataba. No sabía cómo definirlo. No podía dominarlo, pero ahí estaba. Como una astilla clavada en su mente; en algún lugar donde se reúnen sus deseos y pasiones; un lugar que la tentación había encendido hacía años; un lugar del que ahora emergían las más pasionales llamas del deseo y quizá, solo quizá, del amor.
Pero no fue capaz de hacérselo saber a la tentación. Ésta atravesaba por un momento de debilidad que la demencia aprovechó. Tras varias acertadas jugadas, la tentación cayó presa de las maquinaciones de la demencia, que consiguió embaucar y engañar a la descontrolada tentación.
La locura racionalizada, punto intermedio entre razón y demencia, y probablemente lo que de verdad necesita la tentación, se apartó y dejó actuar a la demencia, que decía estar enamorada de la tentación.
La demencia consiguió lo que quería. Saboreó el cuerpo de la tentación que, entregada al placer recibido, apartaba poco a poco la mente de la razón. Entregó su voluptuoso cuerpo a las caricias de la demencia. Dejándose guiar por el movimiento de una lengua demente y juguetona.
Tras varios oscuros encuentros entre ambos, donde el morbo y el deseo primaban sobre el más mínimo grado de raciocinio, la demencia comenzó un progresivo alejamiento de la tentación. Quizá asustado por los resultados, quizá orgulloso de su triunfo, la demencia reprimió el instinto sexual que la tentación despertaba en su interior. Empezó a alejarse de ella, al mismo tiempo que se acercaba a otras “tentaciones”.

En ese momento, cuando la amistad, unida a los celos, se implantaba entre ambos, la locura racional empezó a perder el control.


Continuara